El cruento y sanguinario poder del Leviatán: Tanatopolítica
- Richard Mozo Pizarro
- 2 jun 2021
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 20 jun 2021
El proceso de globalización ha conllevado a múltiples tensiones en torno al alcance del aparato estatal y sus relaciones de poder sobre la ciudadanía. En la búsqueda de la explotación de recursos y el dominio de nuevos mercados a primado la idea de que existen vidas que pueden ser desvalorizadas por ser escollos en los objetivos gubernamentales. Estas prácticas son la tendencia bélica del siglo XXI: tanatopolítica.

En el texto de Achille Mbembe, Tanatopolítica (2006), se plantea que en la actualidad cuando se habla de Ia soberanía esta no es solo el poder político supremo que corresponde a un país independiente en donde no se aceptan las interferencias externas, sino que la soberanía reside ampliamente en el poder y Ia capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir. De este modo se ejerce un control sobre Ia mortalidad y se define Ia vida como el despliegue y Ia manifestación del poder.
Siendo entonces que los gobiernos justifican sus decisiones en torno a relaciones de poder (política). Estos han convertido el asesinato de su enemigo en su primer y absoluto objetivo so pretexto de Ia guerra, de Ia resistencia o de Ia lucha contra el terror. Por lo que Ia guerra también es un medio para establecer Ia soberanía, así como también un modo de ejercer el derecho a dar Ia muerte. Esto tiene diversas implicancias en torno a la vida, la defunción y el cuerpo o carne humana.
El primer aspecto que se aborda es el biopoder y Ia relación de enemistad. Conforme a las premisas de Michel Foucault el biopoder se define en relación al campo biológico, del cual toma el control y en el cual se inscribe. De allí que el biopoder recurre a una serie de técnicas para subyugar los cuerpos y controlar la población. Este control presupone Ia distribución de Ia especie humana en diferentes grupos y el establecimiento de una ruptura biológica entre unos y otros. De esta manera la práctica del racismo es aplicada por los Estados para sobreponerse por encima de un grupo social.
En la economía del biopoder, la función del racismo consiste en regular la distribución de la muerte y en hacer posibles las funciones mortíferas del Estado. Es “la condición de aceptabilidad de la matanza” o “el viejo derecho soberano de matar”. Como elemento que ejemplifica estas medidas son los gobiernos fascistas que consideran a un grupo social con el derecho de erigirse por sobre otro colectivo humano por razones étnicas.
Con ello el Estado constituye una relación de enemistad con la que se ha convenido una base normativa del derecho de matar. El poder invoca la excepción, Ia urgencia y una noción “ficcionalizada” del enemigo. Se inicia un proceso de percepción en la que Ia existencia del Otro es un atentado la vida del sujeto hegemónico, una amenaza mortal o un peligro absoluto cuya eliminación biofísica reforzaría el potencial de vida y de seguridad.
Esto ocurre ya que se construyen narrativas en torno al otro que provocan una fobia máxima. El terror está ligado con los diversos relatos de dominación y emancipación. Estos se apoyan en concepciones de Ia verdad y el error o de lo “real” y lo simbólico. En la mayor parte de los casos la selección de razas, la prohibición de matrimonios mixtos, las esterilizaciones forzadas e incluso el exterminio de los pueblos vencidos representan síntesis entre la masacre y la burocracia. Con lo que se pude determinar que el terror y el asesinato son medios para llevar a cabo la intencionalidad de la Historia que ya se conoce: supremacismo fascista.
Con el surgimiento de la fase imperialista del capitalismo, el colonialismo se transforma en una práctica asidua de las grandes potencias. Estos países emplean la fuerza bélica ante la que el territorio invadido no puede oponerse al colonizador. Este proceder implica la usurpación y apropiación de la tierra y recursos por lo que Ia colonia representa el espacio en el que Ia soberanía consiste en el ejercicio de un poder al margen de Ia ley y donde Ia pacificación suele ser un estado de guerra sin fin. El Estado emprende el rol de “civilizar” las formas de asesinar y de atribuir objetivos racionales al acto mismo de matar.
Las colonias son habitadas por “salvajes”, no están organizadas bajo ninguna forma estatal y no han generado un mundo humano. A ojos del colonizador, Ia vida salvaje no es más que otra forma de existencia animal algo radicalmente “Otro”. De allí que cuando los europeos mataban, en cierto modo, no eran conscientes de haber cometido un crimen, ya que el salvaje es un ser humano “natural” que carece del específico carácter humano. De allí que, las guerras coloniales se conciben como Ia expresión de una hostilidad omnímoda, que coloca al conquistador frente a un enemigo absoluto. El terror colonial se entremezcla con un imaginario de tierras salvajes repletas de muerte y con ficciones que crean la ilusión de lo real.
El segundo aspecto que se aborda es el necropoder y Ia ocupación en Ia modernidad tardía.
Mbembe define el necropoder como el funcionamiento de Ia formación específica del terror y esta posee tres grandes características a) Ia dinámica de fragmentación territorial (los territorios ocupados se dividen en una red compleja de fronteras interiores), b) el acceso prohibido a ciertas zonas (la ocupación colonial es sinónimo de aislamiento) y c) Ia expansión de las colonias.
El espacio era, por tanto, Ia materia prima de Ia soberanía y de Ia violencia que acarrea. La soberanía significa ocupación y Ia ocupación significa relegar a los colonizados a una tercera zona, entre el estatus del sujeto y el del objeto. La ocupación colonial implica una división del espacio en compartimentos.
Surge la ciudad del colonizado que esta hambrienta y agachada. Este reducto (indígena, afrodescendiente, árabe, etc.) es un lugar poblado por hombres con mala fama y en situación de precariedad. La población sitiada se ve privada de sus fuentes de ingresos. Las instituciones civiles locales son sistemáticamente destruidas. En este caso, Ia soberanía es Ia capacidad para definir quien tiene importancia y quien no, quien está desprovisto de valor y puede ser fácilmente sustituible. De allí que la ocupación colonial de la modernidad tardía es un encadenamiento de poderes múltiples: disciplinar, «biopolítico» y «necropolítico».
La tercera pauta es las de máquinas de guerra y la heteronomía. las guerras de Ia era de Ia globalización tiene forma de un raid relámpago (procedimiento por medio del cual se detiene de una sola vez y en un mismo lugar a un grupo de personas). Estos conflictos armados tienen como objetivo no solo Ia conquista, Ia adquisición y Ia requisa de territorios, sino también forzar al enemigo a la sumisión, sean cuales sean las consecuencias inmediatas, los efectos secundarios y los desafíos colaterales de las acciones militares.
Una de sus principales características es que las operaciones militares (y el ejercicio del derecho a matar) ya no son monopolio único de los Estados. Han surgido las máquinas de guerra. Estas se componen de facciones de hombres armados que se escinden o se fusionan según su tarea y circunstancias. Organizaciones difusas y polimorfas, que se caracterizan por su capacidad para Ia metamorfosis. La mano de obra militar se compra y se vende en un mercado en el que Ia identidad de los proveedores y compradores esta prácticamente desprovista de sentido.
La propia guerra se ve alimentada por el aumento de Ia venta de los productos extraídos por lo que las máquinas de guerra forjan conexiones directas con redes transnacionales. El objetivo es permitir Ia extracción de fuentes de energía y Ia exportación de recursos naturales localizados en el territorio que controlan. Las máquinas de guerra se transforman en mecanismos depredadores extremadamente organizados, que aplican tasas en los territorios y las poblaciones que ocupan y cuentan con el apoyo, a la vez material y financiero, de redes transnacionales y de diásporas.
Por otra parte, una máquina de guerra posee rasgos de una organización política y de una sociedad mercantil con capacidad bélica. La posición de poder, avalada por la amenaza de muerte, genera una forma inédita de gubernamentabilidad que consiste en la gestión de multitudes. Esto provoca la imposición de reglas que ocasionan un estado sumisión inevitable del individuo a la socio-política (heteronomía). Este principio hace que la conducta del sujeto este supeditada al control de un tercero y que se soportan contra la propia voluntad. Aplicando la gestión de multitudes, las poblaciones son más tarde disgregadas entre rebeldes, niños-soldado, victimas, refugiados, etc.
Para la imponer “respeto” se recurren a prácticas por medio del uso del cuerpo para enviar mensajes a la población. Se aplica Ia amputación física que sustituye a Ia muerte inmediata. Se empelan técnicas de incisión, de ablación o de escisión que tienen el hueso por objetivo. Por medio de las masacres, los cuerpos sin vida son rápidamente reducidos al estatus de simples esqueletos. Estas prácticas buscan mantener a Ia vista de Ia víctima, y de Ia gente de su alrededor, el mórbido espectáculo que ha tenido lugar para así la población civil, no está armada ni organizada y estén sujetas al orden impuesto sin animo de cambio conductual (heteronomía).
La cuarta y última pauta es la del gesto y del metal. Este punto emplea Ia lógica de Ia supervivencia y la lógica del mártir donde el terror y la muerte están en el centro de cada una. Primero, el superviviente es aquel que ha peleado contra una jauría de enemigos y ha logrado no solo escapar, sino matar al atacante. Por ello matar constituye el primer grado de supervivencia. Por otro lado, el candidato a mártir acorrala a su objetivo; el enemigo es una presa a Ia que tiende una trampa. El sujeto transfigura su cuerpo en una máscara, escondiendo el arma a punto de ser activada. Esto implica que el cuerpo se transforma en arma y no en un sentido metafórico, sino balístico. El cuerpo se convierte en una pieza de metal cuya función es, a través del sacrificio, traer vida eterna al ser y llevarse al enemigo consigo, es decir, eliminar toda posibilidad de vida para todos.
En conclusión, un sistema tanatopolítico, enquistado bajo una lógica colonialista e imperialista neoliberal, actúa como ente depredador con el animo del beneficio de sus intereses. Las cuatro pautas previas develan un proceder estatal y paramilitar que subordina la defensa de los derechos humanos a una cuestión de decisión política en la que solo quienes se afilian a las consignas del sistema pueden sobrevivir. De esta forma, se requiere la reestructuración del modus operandi gubernamental y la participación democrática en la toma de decisiones. Puesto que, mientras se pregone una lógica antitética y maniqueísta, la presencia del otro, que no piensa como el sujeto dominante, sufrirá la aniquilación de su existencia.
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