Aproximación al estilo de William Faulkner desde la estrategia discursiva en "El ruido y la furia"
- RIZOMA CULTURAL
- 1 ago 2021
- 5 Min. de lectura
¿Sabías que a través de una única obra literaria se puede acceder al universo estético y el estilo narrativo de un escritor? William Faulkner y su famosa obra "El ruido y la furia" no son la excepción a la regla. En una novela que forma parte del canon de obras del autor pueden identificarse signos y estrategias discursivas que dan cuenta de su trabajo estético en cuanto a la trama del mismo texto; así como al desarrollo de sus personajes en un aspecto que relaciona el estilo narrativo del autor y las características psicológicas y emocionales de los mismos.

El primer capítulo de la obra literaria El ruido y la furia de William Faulkner representa tan solo un pequeño extracto complejo de toda la obra; esta parte es narrada por Benjamín o Benjy, como es llamado cariñosamente por algunos de sus familiares y sus cuidadores más cercanos, en oposición a su madre a la que le disgusta tanta condescendencia. La singularidad de este primer capítulo es el punto en común que existe entre el estilo narrativo fragmentario y las características psicológicas que se evidencian del narrador. Así pues, es posible abordar el primer capítulo de la obra de Faulkner estableciendo la hipótesis de que el estilo narrativo está vinculado específicamente a la característica particular del narrador: un enfermo mental; por consiguiente, es lógico afirmar que los distintos narradores de los siguientes capítulos desarrollarán un estilo diferente porque sus características psicológicas son igualmente diferentes.
La peculiaridad de Benjy radica en que es el único de la familia que no puede hablar, ni manifestar exteriormente sus sentimientos y sensaciones más íntimas por su discapacidad mental, lo cual lo vuelve blanco de rechazos y tratos fuertes; la frase que usan los demás para dirigirse a él es "cállate", porque la única manera que tiene para poder expresar su disconformidad con algo, o simplemente para poder comunicarse, es la de llorar.
Asimismo, una característica importante de esta narración es que la voz de Benjy expresa las acciones que realizan tanto el resto de los personajes, como él mismo sin profundizar en aspectos reflexivos o juicios de valor; es decir, una primera lectura de la obra da la impresión de que el narrador no emite sentencias a favor o en contra del trato que recibe de los demás: nunca dice "Luster es malo", ni "Caddy es mi hermana favorita", entre otros, sino que se centra en descripciones externas o en cómo percibe su entorno: el ruido del reloj, del tejado, de Caddy; el olor a árbol de esta última, el olor del río; en fin, las descripciones en cuanto a lo que oye o huele es vasta, al contrario de los nulos diálogos que enuncia.
Intuitivamente, se puede asumir que este tipo de narración en el que las acciones se superponen al lado reflexivo o crítico de las personas, en este caso, Benjy, no es fortuito: la excelencia y la genialidad de Faulkner radica en que sus narraciones se correspondan con las voces que las emiten; entonces, Benjy, al ser una persona con discapacidad mental, no es alguien capaz de ordenar una linealidad cronológica de los hechos, esto se vislumbra perfectamente en la alternancia narrativa de las acciones en la infancia y la adultez, así como la presencia y la ausencia de algunos personajes: la escena más representativa es cuando Benjy sale al jardín esperando el retorno de su hermana Caddy, a lo que Luster indiferente le dice que no volverá; si bien los personajes son prácticamente los mismos.
Por ejemplo, en su infancia, Quentin es el nombre del hermano mayor de Benjy; sin embargo, en lo que parece ser la adultez del narrador, porque se menciona que está cumpliendo treinta y tres años, el personaje reconocido con este nombre es una mujer: la señorita Quentin, a quien la presencia de Benjy le disgusta y en varias ocasiones señala que le gustaría desaparecer de esa casa porque no soporta la situación.
Asimismo, además de la alternancia en los tiempos, otra característica importante que resalta en la narración de este primer capítulo de la obra es que las acciones se suceden simultáneamente con los diálogos; por ejemplo, en un diálogo de Luster, en el que está explicando algo sobre el cumpleaños de Benjy: «Yo no lo sé. Pero vamos a poner treinta y tres velas en la tarta. Es pequeña. No van a caber. Cállese. Venga aquí». Este ejemplo es tan solo uno de tantos en los que esta idea aparece, la cual consiste en que uno de los personajes está explicando o solo expresando algo, cuando en paralelo se lleva a cabo una acción; en este ejemplo en específico, Luster le está contando a alguien que es el cumpleaños número treinta y tres de Benjy y probablemente pudo haber dicho algo más sobre esto, si este último no se ponía a llorar o a quejarse de algo, por lo que el primero reacciona diciéndole que se calle.
Parece entonces que Benjy es incapaz de elucubrar frases demasiado elaboradas, explicando en pequeñas ocasiones tan solo quién dijo tal o cual cosa, pero nada más allá de eso. Esto es muy importante porque resalta un estilo narrativo muy singular a otros, en los que es común encontrar especificaciones en las acciones de los personajes y la razón por la que se interrumpe algún diálogo; por ejemplo, en lugar de lo citado, el narrador pudo haber dicho: "...Entonces me puse a llorar y Luster me dijo que me callara…", etc., lo que, evidentemente no sucede con esta novela y cabe preguntarse si es un lugar común en toda la narrativa de Faulkner o responde a una estrategia de correspondencia entre la voz narrativa y sus características psicológicas o sociales en esta obra en particular, por lo que será necesario esperar cómo se va desarrollando en el estilo narrativo en los sucesivos capítulos.
Efectivamente, la narración fluye de manera fragmentaria, en la que los diálogos son emitidos de forma indirecta, es decir, sabemos que un personaje u otro ha señalado algo por medio de Benjy, alguien, como ya se mencionó, que no habla, pero que permite entender, aunque sea de manera difusa, ciertos aspectos de su familia y, por qué no, explicar en un nivel mucho más interpersonal la relación entre los blancos y los negros, que en esta parte tan solo son mencionados sucintamente, sin profundizar en el asunto.
En conclusión, existen suficientes argumentos y ejemplos dentro de la misma obra, al menos en esta primera parte, para afirmar que el estilo narrativo centrado en los diálogos y la poca especificación de algunas acciones, así como el aparente desorden cronológico de los hechos y la insuficiente o nula profundidad de los juicios de valor y las críticas del narrador son resultados de una estrategia discursiva que pretende relacionar la narración misma con las características psicológicas del narrador, quien en este caso es un enfermo mental, por lo que en casi toda esta parte se siente que el que habla es un niño que reacciona a su entorno a través del llanto o reconoce a las personas por un olor característico, a pesar de ser un adulto de treinta y tres años, sin la necesidad de que este estilo sea universal y recurrente en este autor.
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