Modernidad y ficción: caracteres contrapuestos en los protagonistas de "Las penas del joven Werther"
- Jetma Vega
- 9 jun 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 11 jun 2021
La literatura siempre ha sorprendido mostrando diferentes arquetipos y modelos actitudinales en la figura de los diferentes personajes inscritos en mundos ficcionales a lo largo de su historia. Las penas del joven Werther es una de las novelas más representativas de Goethe, pero también es la que muestra con mayor notoriedad las contradicciones y contraposiciones de la modernidad encarnadas en las figuras de Werther y Alberto, los personajes centrales de la novela, y son quienes, a su vez, se disputan el amor de una perturbadora Carlota.

Una de las características fundamentales de lo que conocemos actualmente como la modernidad es que esta presenta, en sus propios cimientos, grandes contradicciones y paradojas. Principalmente, el surgimiento del movimiento romántico, que, alzando la bandera de la libertad creadora, el nacionalismo de los pueblos europeos, el culto al individualismo y considerado como la afirmación plena de la modernidad propiamente dicha, cuestiona las concepciones predominantes en el estadio precedente a esta etapa: el clasicismo y la ilustración; es, en términos de Octavio Paz, una tradición de la ruptura, tanto de los modelos clásicos como del desarrollo de la modernidad temprana.
Un ejemplo claro de esta contraposición se encuentra plenamente desarrollado en la obra de Goethe Las penas del joven Werther, aquí se evidencian el contraste entre la razón, característica y principal estandarte de la ilustración, y el subjetivismo, propio del ya mencionado romanticismo. Como ya se había adelantado, al menos en la primera parte de esta historia, se materializan estos dos componentes en los personajes de Werther, el protagonista de la obra, y Alberto, quien no se presenta en este caso como el antagonista del relato, al menos no directamente, aunque de manera inconsciente su llegada y su permanencia en la vida de Carlota (la mujer amada por ambos) provoca en él una turbación y agitación emocional tan abrumadora que llega a insinuarle a este, o mejor dicho a anunciarle, su eventual deseo de acabar con su propia existencia, aunque no llega a confesarle la inclinación amorosa que siente por su prometida.
Una escena bastante gráfica que nos permite comprobar la afirmación de que Werther y Alberto personifican o representan estos dos planos totalmente opuestos: el de la razón y la subjetividad, es la que se desarrolla casi al final de la primera parte de la obra, en la que Werther le relata a su amigo Guillermo un suceso bastante particular, precisamente aquella que ya se venía anunciando: Werther se halla en la habitación de Alberto y curiosamente se fija en que este es acreedor de un par de armas, las cuales están descargadas; pero eso no es lo más importante, sino que Werther le pide prestado una de ellas y, seguidamente, procede a apuntar su cabeza, ante lo cual Alberto reacciona de manera repulsiva, pues, según él, no puede existir absolutamente nada que impulse a alguien a cometer una acción tan cobarde y propia de mentalidades débiles y carentes de intelectualidad.
Opuestamente, Werther se vale de todo tipo de argumentos que evidencian, a su vez, su personalidad netamente subjetiva y enraizada en la bases del accionar del ser humano motivado por los sentimientos y las emociones; también esto se resalta cuando se encuentra dibujando la imagen de los dos niños en el campo, uno mayor cargando a otro de menor edad, pues aquí se evidencia una fuerte crítica al estilo del arte clásico, marcado por la presencia casi infranqueable de preceptivas y reglas que guían la labor del artista y, a su vez, es incapaz de retratar el sentido más puro e íntimo de la realidad.
En conclusión, se puede afirmar que los componentes propios de la modernidad clasicista y de la ilustración, con el estandarte de la racionalidad, se evidencian en los rasgos y la personalidad de Alberto; mientras que, en oposición, la mentalidad del romanticismo propiamente dicho está caracterizado por la subjetividad e idealización de todo el entorno que comprende la existencia, a su vez trágica y soñadora, de Werther; esto en el contexto de la obra citada anteriormente.
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